Del greenwashing al "forgetwashing": ¿realmente aprendimos algo desde Lehman Brothers?

Dos momentos, una misma pregunta

Han pasado más de 15 años desde que el colapso de Lehman Brothers puso de rodillas al sistema financiero global. Aquella crisis fue más que una catástrofe económica: fue un espejo incómodo para muchas organizaciones y sus líderes. El modelo de liderazgo que premiaba resultados financieros a corto plazo, a costa del impacto sistémico, quedó severamente cuestionado.

Una década después, parecía que habíamos aprendido. Las empresas comenzaron a hablar de sostenibilidad, de ODS, de propósito, de ESG. Se reescribieron informes anuales, se rediseñaron comités de sostenibilidad, se contrataron expertos en impacto. Pero hoy, en 2025, muchos de esos compromisos parecen haberse evaporado. El silencio en torno a la sostenibilidad en muchas organizaciones es atronador.

Esto nos lleva a una pregunta incómoda, pero necesaria: ¿hemos cambiado realmente? ¿O simplemente hemos pasado de un relato a otro, sin revisar el fondo del modelo empresarial?

Lehman Brothers y el cuestionamiento de las élites

Cuando Lehman Brothers quebró en 2008, no solo se derrumbó una institución financiera. Cayó también la fe ciega en que el mercado se autorregula, y con ello, la autoridad moral de muchos de los líderes formados en las grandes escuelas de negocio. De hecho, se inició un debate público sobre el tipo de liderazgo que estábamos cultivando: ¿tecnócratas eficaces o personas con criterio, visión y responsabilidad social?

Las escuelas de negocio respondieron con revisiones curriculares: ética, sostenibilidad, propósito. Se incorporaron nuevos lenguajes y marcos de pensamiento. Pero la gran pregunta sigue en pie: ¿fue un cambio profundo o solo cosmético?

El auge de los ODS, el ESG y la sostenibilidad como “nueva narrativa”

A partir de 2015, con la aprobación de la Agenda 2030 y el Acuerdo de París, se abrió una nueva era. El sector empresarial fue llamado a ser protagonista de la transformación global. Y lo fue. A su manera.

Muchas empresas abrazaron los ODS como bandera. Se multiplicaron las memorias ESG, los compromisos de neutralidad de carbono, los rankings de sostenibilidad, las iniciativas sectoriales. Se invirtieron millones en adecuar estructuras, formar equipos, rediseñar estrategias. Algunos lo hicieron desde una convicción genuina; otros, quizás, por no quedarse fuera de la conversación dominante.

Sea como fuere, la narrativa cambió. Parecía que la empresa con propósito había llegado para quedarse.

El olvido repentino: ¿abandono o sinceramiento?

Sin embargo, bastaron unos pocos años de presión inflacionaria, conflictos geopolíticos y reajustes económicos para que muchas de esas prioridades se desvanecieran. Algunas empresas han desmantelado sus departamentos de sostenibilidad, otras han dejado de comunicar sus compromisos, y no son pocos los inversores que cuestionan el valor financiero de los criterios ESG.

De repente, todo aquello que parecía esencial, ahora es visto como accesorio. Y uno se pregunta: ¿cuánto de ese compromiso fue real? ¿Cuánto fue oportunismo reputacional? ¿Era greenwashing desde el principio?

Quizás estemos ante una nueva forma de superficialidad: el "forgetwashing", ese olvido cómodo de lo que ayer fue urgente, cuando deja de ser útil para la agenda del momento.

¿Qué dice esto del gobierno corporativo actual?

El verdadero problema no está en haber abandonado los ODS, sino en la facilidad con la que lo hemos hecho. Esto no habla solo de prioridades estratégicas; habla de la calidad de nuestra gobernanza. Si el propósito se abandona tan fácilmente, es que nunca estuvo realmente integrado en los procesos de decisión, en los incentivos, en la cultura de liderazgo.

Una gobernanza robusta no es la que adopta discursos modernos, sino la que toma decisiones coherentes, incluso cuando no son fáciles ni populares. Una gobernanza con impacto no sigue modas, las trasciende. Y una empresa verdaderamente sostenible no lo es por el relato que construye, sino por el legado que deja.

Lecciones para el futuro: gobernar con integridad, no con eslóganes

Como propietarios, como consejeros, como líderes empresariales, tenemos la responsabilidad de gobernar desde la integridad, no desde el eslogan. Eso implica:

  • poner el propósito al servicio de la toma de decisiones

  • alinear estrategia, estructura y cultura

  • y ser capaces de sostener el rumbo incluso cuando cambia el viento.

No podemos permitirnos repetir los errores de Lehman: delegar el juicio moral, externalizar el propósito, disociar el éxito económico del impacto social y ambiental. Si lo hacemos, la próxima crisis no será financiera ni reputacional: será existencial.

¿Qué queremos dejar como legado?

La sostenibilidad no puede ser una moda. Tampoco un ejercicio de maquillaje. Tiene que ser una expresión honesta de lo que queremos dejar como legado. Para nuestras comunidades, para las generaciones futuras, para la sociedad… y para el planeta que habitamos.

Necesitamos tomar conciencia de que vivimos en un sistema natural finito, delicado, interdependiente, cuyo equilibrio apenas alcanzamos a comprender. No estamos fuera de ese sistema, ni por encima de él. Somos parte —aunque a veces actuemos como si estuviéramos en la cúspide de algo que podemos dominar.

Desde el gobierno corporativo, tenemos la oportunidad —y la responsabilidad— de ubicar nuestras organizaciones dentro de ese ecosistema. De preguntarnos no solo qué extraemos del entorno para crear valor, sino qué podemos aportarle para sostener la vida que lo hace posible.

Volver a preguntarnos: ¿para qué existe nuestra empresa? ¿Qué impacto estamos generando? ¿Qué decisiones nos definen?

Porque al final, no se trata solo de evitar el greenwashing o el forgetwashing. Se trata de no seguir gobernando con los ojos cerrados, desconectados del sistema del que dependemos y al que pertenecemos.

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